miércoles, 16 de junio de 2010

::: cerbère - st cyprien plage {7-6-10}

Me desperté con la resaca de la falta de provisiones del domingo pasado, así que tuve que recoger todo sin una mísera galleta ni gota de café. A eso de las 7 de la magnana ya estaba en pie para largarme de allí antes de las 9 y así me servia de excusa para aprovechar bien el día.

Pedaleé un tantito flojo de fuerzas arrastrando mi estomago vacío hasta el primer pueblo que encontré, Banyuls-sur-Mer un village typique donde ya pude apreciar la obstinada afición de los franceses por saludarse constantemente. Les encanta decir "bonjour" a todo el mundo. El primer café que me tome me salio por casi 3 euros. Eso sentó las bases de la diferencia de precios con nuestros vecinos. En adelante convendría ir bien aprovisionado o de lo contrario me desplumarían antes de llegar a Les Cévennes. Eso si, el desayuno fue glorioso y esto será una constante en Francia. Una bollería artesanal exquisita que en los pequeños pueblos es además baratísima. Por 80 céntimos se puede adquirir una empanada de confitura de manzana que quita el sentido.

Una vez repostado continué la marcha siempre pegado a la costa hasta el próximo destino apetecible en el mapa, Collioure, un pueblecito muy buen puesto y con unas construcciones militares medievales impresionantes frente al mar.

Por la tarde seguí la ruta con la idea de acampar no muy tarde y en la playa, por lo que pedaleaba con el rabillo de ojo afilado apuntando hacia pequeños senderos que desembocaban en la carretera. Así es como repare en un caminillo del que salía un coche con dirección este, es decir, a la playa. Un volantazo de manillar y me encontré rodeado de árboles que me hacían corrillo y me impedían adivinar que habría al final del camino. Me tope con una valla y un cartel que prohibía el paso de vehículos y anunciaba la entrada a un parque natural. La cosa apuntaba bien, y termine de creérmelo cuando un hombre a mi paso me dijo que mas allá de la maleza había una playa y que se podía dormir en ella, todo esto sin yo preguntarle nada. Así que proseguí y poco a poco comencé a ver aquí y allá algunos hombres solitarios que caminaban internándose a través de las plantaciones, descubriendo una red de caminos estrechísimos casi inapreciables. Estos enigmáticos paseantes caminaban solos, algunos vestidos y otros en absoluto. Me interne por uno de esos caminos y finalmente descubrí una enorme playa salvaje azotada por un viento duro y lateral. Era una playa muy agreste, con plantas verde pálido que nacían no lejos de donde acababa el mar. Entre estas plantas se iban descubriendo pequeños grupos de personas desnudas recostadas sobre la arena: una playa nudista. Era sin duda un perfecto lugar para acampar, así que busque un buen lugar y allí me quede. Desempaquetando todo me encontré de nuevo con el señor que me había informado sobre la playa previamente y me estuvo preguntando algunas cosas sobre mi viaje. Se quedo muy sorprendido de mis intenciones con un aire un poco nostálgico. Me dijo que a el le gustaría también hacer un viaje en bici con su mujer, pero que a ella la idea no le hacia especial gracia. Me advirtió también que la playa era un tanto especial. Me aviso que era una playa gay nudista.



Después de bagno y lectura la playa se fue vaciando de los enigmáticos gays nudistas solitarios franceses hasta que me quede yo solo en la inmensa explanada. Al montar mi tienda descubrí bajo la arena un pequeño ser verde reluciente. Era un escarabajo rechoncho que recordaba a algún tipo de colgante o amuleto por la extravagancia de su color y su forma. Seguidamente vi otro. "Bueno, por lo menos esta playa tiene bichos bonitos que no recuerdan a escorpiones", pensé. Mientras proseguía con el montaje comprobé que estos insectos tenían además la habilidad de volar, o mas bien planear, emitiendo un zumbido grave que se hacia realmente desagradable cuando lo hacia a pocos centímetros de la oreja, cosa que ocurría muy a menudo. De hecho ni siquiera planeaban, parecían obedecer a extraños impulsos irracionales y camicaces contra mí. Después de estos excentricos vuelos caian derrotados de nuevo sobre la arena y se quedaban aletargados durante unos minutos hasta que el ansia de propulsión volvia a ser irrefrenable.



Cuando hube montado la tienda ya eran tres, aunque dos de ellos me dejaron un poco en paz, dedicados a sus placeres propios. Pero la cosa comenzo a ponerse fea cuando saque la comida para cocinar. De entre la maleza y bajo la arena emergían nuevos insectos-amuletos que zumbaban a escasa altura del suelo y se excitaban cada vez mas ante la presencia de mi comida. Sin duda no habia acampado en el mejor lugar de la playa, puesto que unos pasos mas alla no habia ni rastro de estos pequegnos camicaces. La anécdota se convirtió en pocos minutos en una verdadera lucha por la comida. Armado con una tapa de tupperware en una mano y la cacerola con la comida en la otra me dedicaba a parapetarlos en cuanto se atisbaba la intencion penetrar en mi cena, tarea que no era difícil dada la torpeza de sus maniobras y su tamagno considerable. Los pequegnos aviadores se estrellaban atontados contra la arena. Algunos de ellos volvían a levantar el vuelo tras unos minutos de aturdimiento. Otros de ellos conseguían sus propositos y se amotinaban en mi cacerola provocandome una histeria casi vergonzosa. Varias veces tuve que meter mis dedos algo negros en la comida para expulsar a estos incordiantes bichos a los que nadie habia invitado a cenar. A uno de ellos lo meti en la bolsa de la basura que cerré a cal y canto con verdadero animo de venganza y una cierta crueldad. Dentro el bichejo rezumbaba incapaz de salir de su prision de plastico. El sonido que hacia al intentarlo era realmente desagradable. Corri con la cacerola y mi improvisada raqueta unos metros hasta perderlos de vista. Màs allà no habia rastro de mis enemigos, asi que decidi cocinar alli, pensando que habria sido cuestion de mala suerte al escoger su casa como mi refugio. Dejé alli la cacerola y volvi a la tienda a por la cocina de gasolina. Cuando regresé al nuevo asentamiento ya pude darme cuenta de mi error al bajar la guardia. Un escuadron bien organizado de rechonchas pelotillas verdes tenian sitiada mi cena y tuve que emlearme a fondo para quitarlos de en medio a raquetazo limpio. Al hacerlo sonaba "POC!", y salian disparados varios metros mas allà.

En estas condiciones y con este estado de permanente alerta tuve que emprender la cocina, asumiendo que varios de estos intrusos habian conseguido meter sus narices en mis verduras.

Todo esto ocurrio en el lapso de tiempo de una hora o incluso menos, justo cuando el sol ya ha caido y todo el cielo se vuelve azul saturadisimo. Asi que cuando llego la noche y yo ya tuve mi cena lista, de pronto, todos los esbirros corrieron a sus escondrijos y solo quedaron algunos agonicos heridos en el campo de batalla y el prisionero de la bolsa de plàstico, que todavía mostraba algun leve signo esporadico de rebeldia zumbadora. Asi que finalmente pude cenar exhausto pero victorioso.


El viento sigue asustàndome a veces en la tienda con la inocencia de un nigno. La tienda es una caja de sonidos cuando sopla fuerte y a veces me roza la piel y medio en suegnos tengo paranoias pesadillescas a las que después no hago mucho caso. Esa noche escuché algunas voces fantasmagoricas que me envolvían.

2 comentarios:

  1. quieres dejar de hablar de fantasmas?! que miedo...

    me da a mi en la nariz que tu relación con los insectos va a dar un giro a lo largo de este viaje, creo que al final sabrás compartirlo todo con ellos, ya verás...

    ResponderEliminar
  2. Está loco , está loco !!!

    ResponderEliminar